EL VISTAZO DEL NACHO

domingo, mayo 17, 2009

GABRIELA MISTRAL Y LAS ESTRELLAS DE SU VALLE DE ELQUI




Oh, Dios!, yo soy dueña de es
te resplandor G. M.

La imagen de una nebulosa descubierta en enero de 1995 por astrónomos del observatorio Cerro Tololo, en la IV Región, reveló una curiosa e identificadora similitud con el rostro de Gabriela Mistral. Y vino a testimoniar, además, los muchos fenómenos y maravillamientos del cielo, con sus soles, lunas y estrellas que serán siempre temas y motivaciones en la vida y obra de nuestro primer Premio Nobel de Literatura.

La nebulosa Ngc 3324, en la constelación de Carina, cercana a la Cruz del Sur, tiene, desde aquel enero del 95 (como para ir cerrando esplendorosamente el siglo veinte), un nombre extragaláctico de universalidad poética: Gabriela Mistral. El asunto podría tener connotaciones meramente de un sueño grande, lírico y anecdótico (“los astros son rondas de niños'', decía la autora), o de un entretenido pasatiempo de ciencia ficción. La cósmica y celeste noticia vino, sin embargo, de los mismísimos astrónomos del observatorio Cerro Tololo, ahí cercano al mismísimo también valle del Elqui, donde los cielos tienen todo el maravillamiento del esplendor y la limpidez.

Fue Michael Joner, un astrónomo norteamericano, quien captó, a través de un poderoso telescopio, la nueva nebulosa. Signada como Ngc 3324, la nube de gas compuesta principalmente de hidrógeno se encuentra a 9 mil años luz de la Tierra. La fotografía electrónica de dicha nebulosa reveló, según los científicos, una curiosa similitud con el rostro de Gabriela Mistral. Esa imagen ya clásica o de perfecto perfil de cordillera de nuestra poetisa, con su rostro estatuario en su adultez plena. En uno de sus poemas de Ternura, Gabriela Mistral había escrito: “Soñarás, hijo, que tu madre/ tiene facciones abrasadas,/ que es la noche canasto negro/ y que es frutal la Vía Láctea''.

La premonitoria estrofa tiene ahora toda su vigencia, toda vez que la astronómica noticia ha trascendido los cables de la prensa para registrarse en los rigurosos repertorios de los gabinetes científicos del mundo. Así, a la gran nebulosa de Andrómeda M31, a la nebulosa en espiral M57 (en la constelación de los Perros de Caza), a la nebulosa llamada Norteamérica, viene a agregarse, en este u otro hemisferio, la Ngc 3324, con su inmensa masa de estrellas: “¡Oh, Dios!, yo soy dueña/ de este resplandor''. (Gabriela Mistral y su poema El corro luminoso).

Los pacientes y acuciosos astrónomos de El Tololo, después de todo, han venido a otorgar reconocimiento científico a una Gabriela Mistral que siempre, y desde muy joven, anduvo contando y alabando el maravillamiento de sus cielos coquimbanos y, en especial de su valle de Elqui, y escribiendo mucha notable poesía y prosa acerca de estas atrayentes materias estelares. No hay obra poemática en sus desolaciones y lagares, en sus talas y ternuras que escape de la página-telescopio de nuestra autora. Testimonio siempre de un mirar y remirar el cielo con la plenitud y desvelo de sus sentidos. Ese cielo elquino del día, lleno de su sol, y de la noche que hierve de astros: “Tanto fervor tiene el cielo,/ tanto ama, tanto regala,/ que a veces yo quiero más/ la noche que las mañanas'' (Noche andina en Poema de Chile).

En esas noches de su valle elquino amado, con su dormir y su soñar, y a la edad de nueve años, Gabriela Mistral andaba deslumbrándose por los misterios del espacio. Qué ojo bebedor de luces y de formas sacó de aquellas aldeas: “Yo no puedo llevar otros ojos que los que me rasgó la luz del valle del Elqui''. En un parque, medio botánico y zoológico, del hacendado y naturalista elquino Adolfo Iribarren, en Montegrande, aprende el nombre de las plantas y las flores, se instruye en la historia de los animales y adquiere elementales conocimientos de astronomía: ``Echa atrás la cara, hijo/ y recibe las estrellas./ A la primera mirada,/ todas te punzan y hielan,/ y después el cielo mece/ como cuna que balancean,/ y tú te das perdidamente/ como cosa que llevan y llevan'' (poema Carro del cielo).

Gabriela Mistral, que siempre se lamentó de los cielos brumosos o borroneados en otras latitudes y espacios del mundo, encontró su patria real en los cielos netos de su valle, “que tuve en mis niñeces y que no quiero olvidar''. Nunca olvidará, tampoco, la fiesta de lectura que encontraría, años después, en la biblioteca del periodista serenense don Bernardo Ossandón. No pasaba todavía quince años, y ya era maestra enseñando en una escuelita de Compañía Baja a muchachones analfabetos que le sobrepasaban en edad. En sus tardes libres se iba a la grande y óptima biblioteca del viejo periodista.

El bondadoso Ossandón le presta libros a manos llenas. Lee con admiración los ensayos filosóficos de Montaigne o las obras educacionales del colombiano Vargas Vila. Pero, por sobre todo, las teorías astronómicas de Camilo Flammarión (1842-1929). Las obras del célebre astrónomo francés, uno de los divulgadores científicos más populares de su tiempo (había estudiado las estrellas dobles, la constitución física de Marte, la Luna y las manchas solares), fueron para la joven Gabriela Mistral una apasionada y deslumbradora lectura, aunque por entonces entendería a tercias o a cuartas.

De las amplias páginas astronómicas de los atlas de Flammarión, a las otras infinitas del cielo: “Así sería, mi amor,/ cuando no éramos nacidos/ y llameaba nuestra noche/ de Casiopea y Sirio./ Cae en pavesas la memoria:/ y comienza un futuro divino'' (poema Noche de San Juan). De las lecturas fermentales de aquellos años le vendrá, sin duda, la astral materia para su mucha poesía de estrellas y cielos: desde las Canciones del Zodíaco (de su libro Ternura, 1924), tan de pulsaciones ardientes, a los signos e identidades de las Constelaciones en su geográfico Poema de Chile, 1967.

Y no sólo en su perdurable poesía. También en su reveladora prosa, Gabriela Mistral deja en evidencia sus permanentes afanes por los fenómenos celestes: estrellas, cometas, aerolitos. A pesar de su debilitada vista (hasta el brillo de la tinta en la página manuscrita le irritaba los ojos), siempre se dio maña para mirar atentamente hacia el cielo nocturno, buscando a ojo desnudo las Tres Marías o la Cruz del Sur (en cuya cercanía su imagen está titilando ahora).

Tampoco el telescopio le fue ajeno. En su Recado sobre las Estrellas escribe: ``Nos parecen muchas las estrellas que vemos y no son tantas, porque no pasan de dos mil. Allegarse al telescopio y este número pequeño se vuelve cosa de cien millones y entonces sí el cielo hierve de mundos y del resplandor de esos mundos con el que no puede la pobre vista y tampoco la imaginación, que parece poder todo''.

Admiró con devoción a los pueblos antiguos, aztecas y quechuas. Antes de que vinieran ayudas de telescopios los antiguos supieron mucho de las estrellas, de las pléyades y otras constelaciones.
La misma Gabriela Mistral gustaba seguir el derrotero de los cometas (desde los huertos y patios de la Araucanía, en Traiguén, vio la visita del cometa Halley, en 1910), las salidas y puestas del Sol, los veloces relámpagos de los aerolitos en sus mudanzas por el cielo nocturno coquimbano. Y en las frías noches australes de su Punta Arenas observaría, desde el patio de su liceo, la gran Nube de Magallanes. En los Motivos de San Francisco, esos admirables temas prosísticos sobre la vida del santo de Asís, escribe, por ejemplo, a la luna nueva. Con contempladora y religiosa mirada dice: “Está sobre el cielo, mirándome la luna nueva, tan leve como un aliento. En la esplendidez del crepúsculo la lunita nueva es una gota de dulzura y yo pongo mis ojos en ella y le sonrío. Mas mis ojos se han posado y se quieren quedar en ti, lunita nueva, tan delgada como un cabello de oro extraviado entre los arreboles''.

La atenta tarea de los astrónomos tiene, a su vez, en Gabriela Mistral un admirativo reconocimiento y homenaje. En su ya citado Recado sobre las Estrellas dice: “Aunque el cielo nos parezca igual desde todo tiempo, astrónomos viven para mirarlo, sus noches y también sus días saben de las estrellas que aparecen de pronto, venidas no sabe de dónde, que van aumentando su luz a medida que se acercan, la disminuyen luego, alejándose de nosotros, y no aparecen más''. También decía: “A los jóvenes yo les mostraría el cielo del astrónomo antes que el del teólogo”.

Lo que sí gratamente se sabe es que la nebulosa Ngc 3324, descubierta por los astrónomos de El Tololo, lleva su Mistral nombre. “`Búscame por el cielo y me verás pasear'', escribió ella en unos versos por 1945, el año de su Premio Nobel de Literatura. También en su Balada de la Estrella remata con esta estrofa: ``Soy yo la que encanto,/ soy yo la que tengo/ mi luz hecha llanto''.

Puede decirse, entonces, que nuestra Gabriela Mistral ha trascendido las eternidades y los espacios para hacerse rostro e imagen de materia cósmica, celeste y luminosa, tan cercana a su piedra sepulcral de Montegrande, en la galaxia Tierra, y tan lejana en los años luz o parsecs de su medida astronómica estelar. Su Promesa a las estrellas es su poema y su voto que se cumple plenamente: “Ojitos de las estrellas/ fijo en una y otra os juro/ que me habéis de mirar siempre".


 
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